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Priorización en acción humanitaria: inteligencia ante la reducción drástica de fondos

Priorización en acción humanitaria
Foto: Bruno Abarca

Entre los muchos dilemas que surgen al trabajar en acción humanitaria, hay uno que destaca por su frecuencia e importancia en contextos de emergencias humanitarias complejas: ¿Qué hacer cuando no hay suficientes recursos para atender todas las necesidades? Esta pregunta, hoy, vuelve a cobrar una enorme importancia, después de que se hayan cumplido las peores previsiones para el inicio de 2025. Hemos entrado de manera abrupta en un terrible escenario de descenso drástico de la financiación global para acción humanitaria.

En estos momentos, la adecuada priorización en acción humanitaria de áreas geográficas, intervenciones claves efectivas, y la medición del coste-utilidad cobra más importancia que nunca. Es más, puede que los actores humanitarios que no demuestren su capacidad y desempeño priorizando estos elementos a lo largo del ciclo de proyecto tengan más complicada su supervivencia. Sin embargo, esta priorización no solo es difícil de realizar, sino que requiere una clara visión estratégica y de adaptación al nuevo escenario.

Es importante priorizar zonas, necesidades e intervenciones

Parece inteligente priorizar análisis de contexto y evaluaciones de necesidades, a pesar del desafío que supone

Obviamente, cuando los recursos escasean, es más importante que nunca centrarse en responder en las áreas más afectadas por las crisis humanitarias, donde las necesidades son más urgentes. Sin embargo, la obviedad no lo hace viable, al menos desde un punto de vista económico.

Debido al modelo habitual de financiación de la acción humanitaria, los donantes concentran su interés en la implementación de los proyectos. Estas organizaciones y agencias ofrecen financiación adscrita a proyectos específicos ya redactados y propuestos, generalmente de corta duración. Tan solo suele haber un pequeño porcentaje, habitualmente en torno al 7%, que se puede dedicar a cubrir costes no atribuibles directamente al proyecto financiado. Todo el trabajo previo de análisis del contexto humanitario, para entender qué necesidades hay, dónde se concentran, qué capacidad existe ya, y si el entorno operativo garantiza un espacio humanitario suficiente para el acceso, tiene un importante coste. Este, sin embargo, suele ser cubierto en su mayoría por los escasos fondos propios de las organizaciones, con una inversión que no siempre resultará en un nuevo proyecto.  

La aversión al riesgo de las organizaciones humanitarias puede bloquear la apuesta por la priorización de los análisis de contexto y evaluaciones de necesidades de calidad. Sin embargo, si la inversión es suficiente, y se realizan con rigor, eficiencia y calidad técnica, pueden retornar un beneficio indispensable.

No basta con estudiar el contexto, sino identificar las intervenciones de mayor eficacia

La evaluación de las necesidades debe ofrecer una importante base de conocimiento para la identificación de las acciones más pertinentes, eficaces y viables, y el diseño de proyectos efectivos. El puente que une ambos elementos, contexto y respuesta, debe estar sustentado por unos fuertes pilares técnicos. Solo así es posible garantizar que las acciones propuestas estén respaldadas por evidencia científica y un sólido aprendizaje previo que permita comprender qué enfoques y procesos tienen más probabilidad de éxito.

No se trata de priorizar de manera automática las intervenciones recomendadas en guías y manuales de respuesta de la fase aguda de las emergencias. La priorización también requiere de una cuidadosa adaptación a las circunstancias locales, lo que a su vez requiere de participación comunitaria -y no solo el criterio de personas expertas externas a la comunidad-, al menos en la medida que las emergencias lo permitan.

Apostar por incluir componentes más transformadores, desde una óptica relacionada con el enfoque de Nexus humanitario-desarrollo-paz, puede ser también coste-efectivo. En algunos casos, con escasos recursos se puede reducir el riesgo de una eventual crisis humanitaria, mitigar la vulnerabilidad de la población frente a ella, o aumentar la capacidad local para responder. Esto puede ser particularmente relevante en un escenario de crisis de financiación humanitaria, en el que las probabilidades de escalar la respuesta a una gran crisis humanitaria se vuelve inviable.

También es prioritario asegurar el efecto positivo de las intervenciones, medirlo con rigor y rendir cuentas de su impacto

La calidad y el efecto de las intervenciones se pueden ver amenazados

Cuanto menos recursos hay para responder a las crecientes necesidades humanitarias hay, más importante resulta hacer un buen uso de ellos y poder demostrarlo. De nuevo, sin embargo, la mera obviedad no ayuda a superar los retos impuestos por la escasez de fondos, sino hay una clara estrategia de apuesta por la calidad detrás. 

Por desgracia, para poder demostrar resultados similares a los anteriores con menos recursos, resulta mucho más fácil disminuir la calidad de las intervenciones. No es solo una cuestión relacionada con la reducción de ciertos estándares humanitarios cuantitativos (por ejemplo, entregar menos agua de la debida, o disminuir el valor de las transferencias monetarias multipropósito), sino también con aspectos cualitativos. Resulta tentador -y cortoplacista- abordar el problema dejando de priorizar la excelencia técnica de los y las profesionales humanitarios, reclutando personal menos experimentado, o disminuyendo su supervisión a lo mínimo imprescindible, si luego se pueden ocultar las deficiencias de los programas bajo indicadores pobres o calculados sin rigor, que manipulen una falsa imagen de efectividad

Medir el impacto y hacerlo bien resulta ahora más prioritario que nunca

Si hay un momento para priorizar la comunicación y la rendición de cuentas al público general acerca del impacto de las intervenciones humanitarias, es éste. Es al mismo tiempo una cuestión de responsabilidad ética, y de legítima defensa de la necesidad de la acción humanitaria de calidad, en sus momentos más difíciles.

Hay que superar los mensajes simplistas. El sistema humanitario lleva demasiado tiempo parapetado bajo el autocomplaciente conteo de personas beneficiarias, una medida que, aunque resulta fácil de comunicar y entender, e intuitiva para mostrar la dimensión de la ayuda humanitaria, se emplea también para usos que no son adecuados. Dada la falta de estandarización en los métodos de conteo de personas beneficiarias, y la desvinculación de este concepto con cualquier medida del beneficio recibido, su significado no es tan completo como a veces se da a entender. Además, el problema no se resuelve evitando el doble conteo entre sectores o intervenciones. Se cuenta igual un beneficiario de una acción de mínimo impacto, o pobremente implementada, que una beneficiaria a la que se le ha aliviado su sufrimiento en enorme medida.

Es el momento de ser más ambiciosos con la forma en la que se mide y se comunica el impacto de la acción humanitaria, a pesar de las dificultades y de que lo ideal seguirá -siempre, y más aún ahora-, estando muy lejos de lo posible. Es necesario el empleo de índices de impacto que (al estilo del cálculo de los años de vida ajustados por calidad, en salud pública) permitan estandarizar la medida del coste-utilidad de la acción humanitaria, en todos los sectores, al menos para acciones consideradas clave. De este modo, para el cálculo de un índice de impacto humanitario, la utilidad se mediría en función del número de personas beneficiarias, pero también en función de la eficacia teórica de las acciones realizadas, la calidad de su implementación, y el nivel de necesidad de las personas alcanzadas.

En los momentos difíciles hay que tomar decisiones difíciles

Las ventajas de apostar por una adecuada priorización en acción humanitaria de zonas geográficas, intervenciones, y de la medida y comunicación de su coste-utilidad, con un sólido rigor técnico, superan con creces a sus inconvenientes, y más aún al reducirse la financiación humanitaria. Esa será la medida de la inteligencia del sistema humanitario y sus actores, en un escenario que nadie deseaba, en el que la acción humanitaria de calidad y alto impacto es más necesaria que nunca.

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