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Principios humanitarios

Principios humanitarios
Foto: Bruno Abarca

Los principios humanitarios de humanidad, imparcialidad, neutralidad e independencia son necesarios para asegurar la credibilidad del sistema humanitario y la confianza que él depositan gobiernos, grupos armados y comunidades. Esto es lo que permite que no haya interferencias en el acceso seguro y sostenido de los actores humanitarios a la población afectada por crisis y emergencias.

Los principios humanitarios definen la acción humanitaria

Los principios humanitarios marcan además una distinción fundamental entre la acción humanitaria y otras acciones de cooperación internacional. Por ejemplo, las intervenciones militares de un gobierno en emergencias, pese a poder proporcionar asistencia a las personas afectadas, no pueden ser estrictamente consideradas acción humanitaria, por estar fuertemente vinculada a objetivos políticos e intereses estratégicos del gobierno en cuestión. Igualmente, los principios humanitarios también establecen una distinción entre la acción humanitaria y la cooperación para el desarrollo, que suele estar alineada con las prioridades de los gobiernos receptores, además de perseguir unos fines diferentes.

Hoy, a pesar de que los cuatro principios humanitarios llevan ya adoptados oficialmente por el sistema humanitario de las Naciones Unidas más de dos décadas, se mantiene el debate crítico acerca de su relevancia y aplicabilidad. Lo que en teoría parece fácil, en la práctica a menudo resulta realmente difícil, ocasionándonos complejos dilemas éticos. ¿Es realmente posible no tomar partido ante injusticias o aparentes violaciones de derechos humanos? ¿Es posible exigir a profesionales locales de la acción humanitaria que permanezcan neutrales cuando sus familias y comunidades son atacadas?

Humanidad, imparcialidad, neutralidad e independencia

Hoy, cuatro principios humanitarios aceptados internacionalmente constituyen la base ética y operativa para la acción humanitaria efectiva, responsable y de calidad. Se trata de:

  • Humanidad. Trabajamos para evitar y aliviar el sufrimiento causado por los conflictos y los desastres y para proteger la vida y la salud, al mismo tiempo que respetamos y restauramos la dignidad humana. La “humanidad”, como principio, va un paso más allá del concepto paternalista de la “caridad” e incluso integra la voluntad de analizar y hacer frente a las causas de las crisis.
  • Imparcialidad. No discriminamos según nacionalidad, raza, religión, género, opinión política, etc. La asistencia humanitaria se basa en socorrer a los individuos en proporción con su sufrimiento y necesidades, dando prioridad a las más urgentes.
  • Neutralidad. No tomamos partido en hostilidades ni participamos en controversias de índole política, racial o religiosa. Nos abstenemos de realizar actos o pronunciamientos que puedan interpretarse como favorables o en detrimento de una de las partes implicadas.
  • Independencia. Mantenemos nuestra autonomía de poderes políticos, económicos y militares. Tomamos nuestras propias decisiones al margen de condicionamientos tanto en los países de intervención como en los países que ofrecen financiación para ella.

Origen y evolución de los principios humanitarios: de 1863 a 2004

Estos cuatro principios han estado ligados con la acción humanitaria desde el origen del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) en 1863, organización apolítica que inspiró el desarrollo del humanitarismo moderno y que desde el principio estuvo guiada por la necesidad de una asistencia humanitaria que fuese neutra e imparcial. Casi un siglo más tarde, en 1965, el CICR oficializó sus principios (estos cuatro, junto con la voluntariedad, la unidad y la universalidad), ya con años de experiencia esforzándose por aplicarlos. Esto inspiró a muchos actores humanitarios, que reconocieron el valor de estos principios en la respuesta a unas crisis humanitarias cada vez más complejas.

No fue hasta 1991, sin embargo, que las Naciones Unidas adoptaron formalmente los principios de humanidad, imparcialidad y neutralidad. Antes de esa fecha, la polarización política de la Guerra Fría condicionaba que las operaciones de las Naciones Unidas fuesen principalmente militares o una herramienta de asistencia humanitaria fuertemente condicionada por intereses políticos. Cuando estas dinámicas cambiaron y se abrió la puerta a una reforma humanitaria que resultaba completamente necesaria, también fue necesario adaptar los valores y principios que la sustentarían. Desde entonces, muchos organismos han aceptado estos principios como propios, y su cumplimiento se ha incluido en el Código de Conducta del Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja y de las ONG en materia de socorro en casos de desastre, publicado en 1994 (tras el genocidio de Ruanda), que a día de hoy suma cientos de organizaciones firmantes.

El principio de independencia, sin embargo, no se consiguió implementar y adoptar hasta 2004, una vez que el sistema humanitario ya estaba más maduro, mejor coordinado y con una capacidad de respuesta más consolidada. Con este último paso se legitimó la importancia de que las organizaciones humanitarias operasen con autonomía de poderes políticos y militares.

¿Brújula moral o herramientas para el acceso humanitario?

La humanidad e imparcialidad son los pilares de los principios humanitarios, y ofrecen una brújula moral para los actores humanitarios. Es evidente que debemos aliviar sufrimiento sin discriminar. No obstante, estos principios no resuelven los dilemas éticos que aparecen continuamente cuando no hay suficientes recursos para atender todas las necesidades humanitarias de todas las personas afectadas por todas las crisis. En estos casos puede ser necesario discriminar en favor de aquellos con las necesidades más graves y urgentes, pero precisamente aliviar las necesidades más graves y urgentes resulta más caro y requiere más recursos para proteger a menos personas.

En el caso de la neutralidad e independencia, se trata de principios (también fundamentales) con una naturaleza completamente diferente a la de los anteriores. La neutralidad e independencia no tienen valor moral propio, sino que son herramientas prácticas y operacionales que en ocasiones resultan necesarias para poder dialogar con todas las partes implicadas en un conflicto (con propósitos estrictamente humanitarios), ganarse su confianza , crear y mantener un espacio humanitario seguro, y acceder a las personas afectadas por la crisis humanitaria allí donde se encuentren.

Los retos para la aplicación de la neutralidad y la independencia

La neutralidad es un principio humanitario controvertido

La neutralidad no se incluye explícitamente en el Código de Conducta del Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja y de las ONG en materia de socorro en casos de desastre de 1994. Hay quien defiende que puede haber una acción humanitaria neutral y otra no neutral, y que ambas pueden ser válidas. En algunos casos o para algunos actores, la neutralidad puede ser la herramienta que garantice el acceso a las personas afectadas, pero en otros escenarios, la neutralidad puede no ser suficiente para garantizar el acceso seguro a estas personas, puede no ser necesaria, o incluso puede suponer un obstáculo para actores que solo trabajan en un territorio controlado por un único actor.

En cuanto a situaciones en que se detectan injusticias o violaciones de derechos humanos, permanecer neutral puede suponer, en la práctica, estar tomando partido por el más fuerte. Hay actores humanitarios que abrazan la neutralidad como principio fundamental que, a veces, optan por dejarla en un segundo plano si creen que entra en conflicto con el principio de humanidad, que es un imperativo moral. Esto es lo que les permite poder condenar firmemente atrocidades y matanzas y denunciar a sus perpetradores, o poder tomar partido en temas controvertidos políticamente, como la opresión racial, el acceso universal a atención sanitaria de personas migrantes, los derechos sexuales y reproductivos (y la despenalización del aborto), o las denuncias de prácticas empresariales que afectan al acceso a medicamentos esenciales.

La independencia está en gran parte condicionada por la financiación humanitaria

En cuanto a la independencia, y teniendo en cuenta que la mayor parte de la acción humanitaria es financiada por donantes gubernamentales, ¿hasta qué punto es posible no convertirse en un instrumento de su política exterior? Está claro que una manera de apostar por la independencia es definir bien el programa de intervenciones que deseamos implementar, en función de las necesidades de la población, y buscar financiación variada y diversa que nos permita desarrollar nuestros planes. Por desgracia, esto a menudo se queda en buenas intenciones, cuando la mayoría de donantes tienen una agenda política similar y determinan en sus convocatorias las zonas geográficas, prioridades sectoriales y tipos de intervención que son elegibles para financiación.

En ocasiones, las organizaciones deciden rechazar fondos de un país donante en un territorio, si consideran que ese donante tiene vínculos con una parte beligerante del conflicto en ese territorio, o en zonas donde ese país donante mantiene control militar. Sin embargo, esto puede ser insuficiente para mantener la independencia, si la misma organización acepta fondos de ese mismo país donante para intervenciones en otros territorios. En cualquier caso, pocas organizaciones humanitarias tienen la capacidad económica o la determinación de rechazar por completo fondos de un donante concreto en todos sus países de intervención. 

Finalmente, las organizaciones pueden verse en un dilema ético si, para continuar sus operaciones, necesitan aceptar fondos que no están dirigidos a lo que habían planeado inicialmente. Esta desviación del programa original, basado en la evaluación independiente de las necesidades de la población, puede resultar en un seguimiento -casi a ciegas- de los intereses y la agenda del donante.

A menudo, son precisamente los donantes quienes tienen la responsabilidad y capacidad de imponer menos su agenda política, condicionar menos los términos en que se ofrecen las aportaciones económica y así mejorar la financiación humanitaria, e inducir menos presión sobre actores humanitarios, para así respetar y promover su independencia e integridad.

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