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Respuesta a epidemias en crisis humanitarias

Respuesta a epidemias
Foto: Bruno Abarca

En contextos humanitarios no solo aumenta el riesgo de infecciones, sino que además se dificulta la respuesta a epidemias. Es habitual que el escaso personal sanitario se vea sobrepasado y que se corte el suministro de medicamentos. Además, se interrumpen servicios esenciales de salud como la vacunación, e incluso funciones esenciales de salud pública

Si la vigilancia epidemiológica de rutina no está garantizada, es necesaria una alternativa. En esos casos se recomienda implementar un Sistema de Alerta Temprana  y Respuesta en Emergencias (Early Warning Alert and Response System o EWAR) o fortalecerlo si ya existe. Esto permitirá identificar señales, gestionar alertas y guiar las medidas de control del brote. 

Vigilancia epidemiológica para detectar señales y gestionar alertas

La detección de posibles eventos de salud pública es clave en la respuesta a epidemias

La vigilancia epidemiológica puede realizarse desde un sistema de información de salud funcional, o como un componente de un sistema EWAR en emergencias. Este sistema, idealmente, debe estar integrado en el sistema público de salud. Además, debe liderarse por las autoridades nacionales de salud pública, con apoyo técnico de la OMS y otros actores. 

En cualquier caso, la vigilancia epidemiológica existente debe ser capaz de detectar señales. Las señales son posibles eventos de salud pública, que aún no están verificados. Se producen cuando el número de casos de algunas enfermedades superan los umbrales de alerta. En la mayoría de los casos, no es posible vigilar todas las posibles enfermedades. Por el contrario, se selecciona un conjunto de 8-12 enfermedades o condiciones de salud consideradas como prioritarias. Para permitir detectar las señales, se recogerá información sobre esas enfermedades prioritarias en informes periódicos regulares. También se pueden producir señales cuando llega información sobre posibles eventos de salud pública por cualquier otra vía. Esto incluye avisos ciudadanos o notificaciones recibidas a través de medios de comunicación.

La detección de señales es solo el primer paso en el camino hacia una posible respuesta a una epidemia. El segundo paso es la gestión de la alerta. Gestionar alertas requiere verificar señales, analizar riesgos, y finalmente decidir si es necesario responder a una epidemia

Una vez que una señal ha sido detectada, hay que evaluar proactivamente su validez

El proceso de verificación de señales es fundamental en la respuesta a epidemias. Es lo que permite «filtrar» señales falsas. Estas pueden producirse por errores de cálculo, artefactos en los datos, avisos basados en rumores falsos, o avisos repetidos, entre otras causas. 

Por ejemplo, una señal puede llegar a través de una llamada de teléfono de una enfermera en un puesto de salud remoto. En esta llamada hipotética avisa de que esta mañana varias usuarias del puesto le han comentado que en casa de una vecina había un niño con una parálisis rara. Al escuchar que el niño no podía mover las extremidades de un lado, la enfermera ha pensado en un posible caso de polio. 

Detectada la señal, la verificación debe hacerse muy rápido, en 24 horas. Generalmente, se puede verificar una señal si tras consultar a la fuente que reportó la señal se confirma que la fuente es fiable. Esto requiere que la descripción del caso clínico sea fiable y que la epidemiología parezca plausible. En otros casos, además, una señal puede ser coherente con otras señales recibidas en el mismo periodo, por ejemplo. Una señal verificada constituye un evento: la manifestación de una enfermedad o un suceso potencialmente patógeno.

Es preciso determinar el riesgo que cada evento de salud pública supone para la salud humana

El siguiente paso, con cada evento, es completar un análisis para determinar el riesgo que supone para la salud humana. Esto en ocasiones se hace localmente. Sin embargo, en otros casos puede requerir recogidas de muestras para su análisis de laboratorio. Hasta pueden ser necesarias visitas de terreno de equipos especializados de respuesta rápida. La ventaja de contar con estos equipos, además, es que pueden iniciar con rapidez una investigación en profundidad del evento de salud pública, de ser necesario.

El análisis de riesgo incluye:

  • Una evaluación del peligro. Este análisis aborda aspectos como el número de casos o si están confirmados por laboratorio o no. También tiene en cuenta si se trata de una patología con algo riesgo de mortalidad o transmisión rápida.
  • Una evaluación de la exposición. Para ello se estima el número de individuos que pueden haber estado ya expuestos al evento. También se estima el número que podría resultar expuesto en los siguientes días y semanas.
  • Una evaluación del contexto. Esto incluye aspectos como las coberturas vacunales, el acceso a agua y saneamiento o las tasas de malnutrición. También aborda la disponibilidad de servicios de salud o la capacidad actual del sistema de vigilancia epidemiológica. Este análisis también ayuda a contextualizar el evento de salud pública, si se puede ver afectado por un conflicto o un desplazamiento, por ejemplo.

El resultado de este análisis de riesgos puede determinar que el evento supone una amenaza para la salud pública. Esto puede estar debido a su impacto potencial en salud humana, su alto riesgo de transmisión, o la insuficiente capacidad local para responder. En esos casos se denomina alerta, lo que indica que es necesaria una respuesta.

Respuesta a epidemias: investigación, comunicación y medidas de control

La respuesta a epidemias es el conjunto de acciones de salud pública que se ponen en marcha tras el análisis de riesgos de una alerta. La respuesta no es solo la implementación de medidas de control. Antes de eso puede incluir una investigación en profundidad del brote epidémico o  la búsqueda (activa o pasiva) de casos. También abarca el monitoreo del progreso del brote y una comunicación pública de la epidemia y sus riesgos.

La investigación en profundidad permite caracterizar en detalle la alerta

La investigación en profundidad del brote epidémico en ocasiones es un proceso continuado a partir de la verificación de la primera señal y el análisis de riesgos. Ahora que hay ya una alerta, se requiere un gran trabajo para caracterizar el patógeno y la población en riesgo. Esta investigación, además, ayudará a determinar las medidas de control que serán necesarias en la respuesta a la epidemia. Por ello, es importante que la investigación esté liderada por una persona experta en epidemiología.

Para el éxito de una investigación es preciso, además, que el equipo incluya agentes de salud o líderes de la comunidad. Estas personas suelen tener un completo conocimiento del contexto y la población local. También es fundamental disponer de medios para recoger muestras, enviarlas a los laboratorios designados y que allí se puedan analizar. El análisis de laboratorio en ocasiones también incluye tests genómicos o de resistencia a antibióticos. A lo largo de este proceso, que puede tardar varios días, es posible que ya haya que determinar algunas medidas de control, a pesar de la incertidumbre.

Puede ser necesaria una estrategia de búsqueda de casos

La investigación del brote, entre otras cosas, permite también establecer una definición acordada de «caso». Esto será clave para que el sistema de vigilancia epidemiológica pueda continuar con una búsqueda de casos. Las estrategias de búsqueda de casos dependen del contexto, el patógeno, o incluso la evolución del brote.

Esta búsqueda puede ser pasiva. Se hace pidiendo a la comunidad y al personal sanitario  que notifiquen todos los casos sospechosos de los que vayan teniendo conocimiento. Al mismo tiempo, por si acaso, deben tomar medidas de protección. 

También puede emplearse una búsqueda activa. Esto se logra con el apoyo de agentes comunitarios y comunitarias de salud. Estas personas voluntarias deben visitar a todas las familias que se crea que hayan estado expuestas al brote. También deben rastrear los rumores que escuchen. De esta manera identificarán cuanto antes posibles casos que de otra manera nunca serían detectados en unidades de salud. 

El monitoreo del progreso de la epidemia permite conocer la tasa de ataque y de letalidad

Gracias a la búsqueda de casos, el sistema de vigilancia podrá también producir y actualizar periódicamente análisis descriptivos del brote y su evolución. Estos análisis permiten mostrar cómo evoluciona el número de casos en una curva epidémica. También dan información acerca de las zonas más afectadas o los grupos poblacionales que tienen mayor riesgo, por ejemplo.

Además, el monitoreo permite calcular indicadores que, durante una epidemia, resultan fundamentales. Uno de ellos es la tasa de ataque. Consiste en la proporción de nuevos casos en una población en un periodo. También ayuda a calcular la tasa de letalidad. Esto es la proporción de casos que fallecen debido a una condición específica. Todos estos datos permiten informar acciones clave para intensificar la vigilancia o concentrar medidas de control en un área. Es más, con esta información se puede determinar si una respuesta es pertinente. Si la tasa de ataque es alta puede ser necesario incidir en la vacunación, mientras que si la tasa de letalidad es mayor de lo esperado tal vez haya que reforzar la calidad de la atención médica.

La comunicación pública de información acerca de la epidemia debe hacerse con mucho cuidado

En la respuesta a epidemia puede ser necesario desarrollar una completa estrategia de comunicación de riesgos y movilización comunitaria. Los mensajes deben incluir información sobre la naturaleza de la epidemia, como el patógeno, los grupos de riesgo, o las localidades afectadas. Pero eso no es todo. También hay que comunicar las medidas recomendadas para reducir el riesgo de contagio o en caso de sospecha de exposición o infección y los recursos disponibles.

En cualquier caso, los mensajes, por sí mismos, nunca son suficientes. Jamás se debe minimizar la importancia de entender cómo las comunidades reaccionan a las epidemias. No es sencillo abordar bien el miedo de unas personas al contagio, la escasa percepción de riesgo de otras o la circulación de rumores y desinformación. En ocasiones además hay estigma hacia pacientes, personas expuestas o personal sanitario, o miedo a este estigma. También es importante documentar y entender los posibles choques entre las medidas de control recomendadas y las normas sociales o religiosas, o la desconfianza que pueda existir hacia autoridades con escasa transparencia y rendición de cuentas. 

Además, una adecuada estrategia de comunicación de riesgos y movilización comunitaria debe ir de la mano con un diálogo bidireccional. Esto permite que la comunidad pueda participar en el análisis de la situación y la identificación de medidas de control. Es más, su participación activa en la implementación de las medidas y su monitoreo puede ser un factor de éxito. Un ejemplo del riesgo que existe en las epidemias en relación con la manera en la que se conecta con la comunidad durante la respuesta lo tenemos en la pandemia de COVID-19. Esta emergencia internacional de salud pública ha tenido un impacto global en la desconfianza hacia todo tipo de vacunas y el resurgir de infecciones.

La respuesta a epidemias requiere medidas de control adaptadas a los patógenos y contextos

Posibles medidas de control, dependiendo del patógeno y el contexto incluyen:

  •  El refuerzo de los servicios de salud, tanto preventivos como curativos, con un fuerte énfasis en garantizar una atención primaria accesible.
  • Fomentar la adopción de medidas de prevención y control de infecciones en centros sanitarios. Para ello hay que asegurar la disponibilidad de equipos de protección individual. También se debe promover y supervisar  la aplicación de las precauciones universales.
  • La colaboración intersectorial para asegurar la higiene del agua, la salud de los animales o la reducción del riesgo de transmisión zoonótica adicional, por ejemplo. 
  • Medidas dirigidas a reducir el contacto y las interacciones sociales entre la población en riesgo. 
  • Medidas de aislamiento de personas con infección confirmada (por ejemplo en la pandemia por COVID-19). 
  • El uso de vacunas, si están disponibles y su uso se considera relevante y viable. Pueden ser importantes, por ejemplo, en epidemias de COVID-19, cólera, sarampión, ébola, meningitis o fiebre amarilla.
  • Medidas de quimioprofilaxis (por ejemplo en mujeres embarazas con alto riesgo de exposición a malaria).
  • Adopción de prácticas funerarias seguras (y dignas), en casos en que exista riesgo de transmisión por el contacto con el cadáver, como en el caso del ébola.

Todos estos pasos y medidas pueden ser imposibles sin acceso, preparación y coordinación

Todas y cada una de estas medidas puede suponer un tremendo desafío en medio de un conflicto o en poblaciones desplazadas. También pueden serlo si la epidemia se produce tras un emergencia que ha deteriorado las condiciones de vida, dañado la infraestructura e interrumpido el acceso a servicios esenciales. 

Hay mil factores más que pueden hacer que gestionar una alerta epidemiológica resulte una tarea casi imposible en una crisis humanitaria compleja. Por ejemplo, iniciar una campaña de vacunación contra un brote puede ser inviable o ineficaz en brotes que se detectan tarde. Esto es especialmente preocupante si la transmisión y el contagio es ya generalizado en poblaciones debilitadas por un desplazamiento forzoso. Un ejemplo de esto lo tuvimos en el caso del cólera entre personas refugiadas de Ruanda en 1994. Sumado a lo anterior, generar confianza hacia los actores humanitarios en la población puede ser difícil en contextos altamente politizados. Igualmente, la entrada de medicamentos, vacunas o personal médico puede estar limitada por cierres de fronteras o restricciones al acceso, entre otros muchos posibles ejemplos.

Finalmente, para una adecuada respuesta a epidemias resulta también fundamental una adecuada preparación de los sistemas de salud antes de las epidemias. También es importante una adecuada coordinación de los actores de salud pública durante ellas. Esto puede requerir establecer con urgencia nuevos mecanismos adaptados a la crisis, más allá de los mecanismos habituales de coordinación humanitaria.

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