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El resurgir de las enfermedades infecciosas

Enfermedades infecciosas
Foto: Bruno Abarca

El siglo XXI ha sido testigo desde su inicio de una ola de grandes epidemias, como las del síndrome respiratorio agudo severo (SARS), el ébola, la fiebre amarilla, el zika y, por supuesto, la pandemia de COVID-19. Entre las causas hay cambios demográficos, tecnológicos y climáticos, que han llegado a revertir los avances previos en mejoras del agua, saneamiento, higiene y acceso a servicios de salud. 

Tras la pandemia de COVID-19 en 2020, estas tendencias han empeorado. Se ha producido un resurgir de muchas enfermedades infecciosas. Sus causas incluyen el impacto de la pandemia en las coberturas vacunales y el impacto de la reducción de las interacciones sociales en la inmunidad. Además, este resurgir se solapa con el aumento del riesgo de infecciones como resultado del aumento del número, duración e impacto de las crisis humanitarias. En 2023, de los 36 países con un plan de respuesta humanitaria, 19 sufrieron un brote infeccioso. Responder a epidemias en estos contextos tan complejos suele ser especialmente difícil.

¿Qué ha causado el resurgir de las enfermedades infecciosas?

Una serie de cambios recientes han modificado los riesgos de las enfermedades infecciosas a nivel global. Estos cambios, que se relacionan estrechamente entre sí, incluyen transformaciones climáticas, demográficas y tecnológicas, a las que hay que sumar el impacto de las propias enfermedades emergentes y reemergentes en el resurgir de otras.

El cambio climático

Por una parte, el cambio climático produce importantes cambios en los patrones de distribución de reservorios de microorganismos patógenos y vectores, así como cambios en las susceptibilidad a infecciones. Por ejemplo, los cambios en las condiciones medioambientales pueden producir que una especie de animal que sea reservorio de un determinado patógeno se desplace muchos kilómetros. Esto puede favorecer nuevos contactos con diferentes especies animales, que a continuación infecten a los humanos. 

Además, los cambios de las temperaturas también pueden aumentar los riesgos vinculados a la estacionalidad o la capacidad de reproducción de ciertos patógenos, como la bacteria causante del cólera. Al mismo tiempo, el aumento de la contaminación del aire aumenta la susceptibilidad a virus respiratorios. Otros efectos, como el efecto del cambio climático en las características del ciclo de vida de vectores relacionadas con la transmisión de patógenos, aún no son bien conocidas.

Los cambios demográficos

En este periodo se han producido también importantes cambios demográficos como el aumento de la población, sus migraciones, y su concentración en áreas urbanas. Esto ha provocado un aumento del contacto con especies que actúan como reservorios de enfermedades zoonóticas. Además, la migración de poblaciones con infecciones subclínicas y latentes puede resultar en la introducción de patógenos en las regiones o países de destino. Esto es especialmente relevante si hay un inadecuado acceso a servicios de salud de calidad o no hay unas condiciones dignas de vida. 

Además, el aumento rápido de las tasas de urbanización ha contribuido a la propagación de enfermedades como dengue y zika, transmitidas por mosquitos bien adaptados a zonas urbanas. Esto también ha tenido que ver con el aumento en la transmisión de infecciones respiratorias como la gripe o la COVID-19.

El aumento en los viajes y desplazamientos de personas

Algunos cambios tecnológicos, como las mejoras en atención sanitaria, agua y saneamiento, reducen el riesgo de infecciones. Por el contrario, otros como el constante aumento de los viajes (y la velocidad con la que se producen) de personas y el transporte de plantas, animales y productos derivados facilitan su propagación. Como consecuencia, hoy, vectores y microorganismos pueden viajar más lejos y más rápido que nunca antes en nuestra historia. Por ello, pueden generar muchas nuevas interacciones entre patógenos y huéspedes o introducir transmisión local en nuevas zonas geográficas.

El impacto de unas infecciones en la reemergencia de otras

Finalmente, la emergencia o reemergencia de algunas enfermedades resulta a su vez en el aumento del riesgo de otras. Tenemos ejemplos de esto en la sindemia entre el VIH/SIDA y la tuberculosis. También sirve como ejemplo el impacto de los brotes de ébola en el aumento de los casos de sarampión, como resultado del colapso de los servicios de salud en los países afectados. 

En relación con esto, hay que destacar el impacto de la pandemia de COVID-19 en prácticamente todas las coberturas vacunales. La pandemia ocasionó, en muchos países, la desviación de recursos para vacunación de rutina a la lucha contra el COVID-19, la aparición de nuevas barreras en el acceso y uso a servicios, y la desconfianza generada de la población hacia la vacunación. Como consecuencia de esto, la reducción de la cobertura vacunal de muchas enfermedades ha resultado en enormes brotes infecciosos en cuanto estas enfermedades han reaparecido.

El riesgo de enfermedades infecciosas es mayor en contextos humanitarios

En las crisis humanitarias también se sufren los efectos de los recientes cambios demográficos, tecnológicos, climáticos y epidemiológicos que han aumentado el riesgo de enfermedades infecciosas en todo el mundo. Sin embargo, en estos contextos hay, además, riesgos específicos adicionales para el aumento de las enfermedades infecciosas. Son el efecto de los conflictos, los desplazamientos forzosos, los desastres naturales y el colapso de los sistemas y servicios públicos. En estos contextos hay mayor proporción de inseguridad alimentaria, desnutrición, deficientes condiciones de vivienda, agua, saneamiento e higiene, e interrupción o deterioro de los servicios de salud preventivos y curativos. Todo esto aumenta el riesgo de epidemias, que pueden ser a su vez agudizar las crisis o contribuir a causarlas.

El riesgo de infección aumenta cuando los servicios de salud se deterioran de forma aguda

Una emergencia compleja puede causar la interrupción de la provisión de servicios de salud, o impedir que poblaciones enteras puedan acceder a los servicios disponibles. El sistema de salud completo se puede ver afectado, viendo reducidas sus capacidades y funciones de salud pública.

En crisis humanitarias complejas, la interrupción de los programas de vacunación puede resultar en una pobre inmunidad poblacional frente a numerosas patologías. Esto puede ser especialmente grave con enfermedades como el sarampión, la rubéola, la parotiditis o la poliomielitis, que requieren un alto porcentaje de cobertura vacunal para alcanzar la inmunidad de rebaño. El problema, sin embargo, no se limita a esto. La falta de acceso a atención prenatal y en el parto puede aumentar el riesgo de infecciones de transmisión vertical como el tétanos neonatal o la hepatitis B. Igualmente, la falta de disponibilidad o acceso a servicios curativos de salud puede ser especialmente grave cuando hay casos de enfermedades infecciosas que requieren tratamiento urgente. Estas incluyen las diarreas por cólera o rotavirus, la meningitis, la rabia o el tétanos, entre otras.

Además, un conflicto puede debilitar el sistema de información y los mecanismos de vigilancia epidemiológica de un contexto, reduciendo la capacidad del sistema para detectar casos de nuevas infecciones de manera temprana y responder a epidemias. Esto, por ejemplo, ha sido un factor determinante en los últimos brotes de Ébola en la República Democrática del Congo y en África Occidental.

La población desplazada o huésped se ve expuesta a nuevos patógenos

En las crisis se pueden producir desplazamientos forzados y grandes movimientos poblacionales, que exponen a la población desplazada y huésped a nuevos riesgos. La población desplazada puede tener una alta prevalencia de enfermedades infecciosas ante las que la población huésped no esté inmunizada, o viceversa. Como consecuencia, aumenta el riesgo de introducción o reintroducción de estas infecciones. Por ejemplo, se puede multiplicar la incidencia de malaria si una población sin inmunidad se ve desplazada a un área endémica. Lo mismo puede ocurrir si muchas personas con infección subclínica llegan a zonas urbanas de alta densidad de población.

El deterioro agudo de las condiciones de vida e higiene aumenta la vulnerabilidad a infecciones

Las crisis también suelen tener un importante impacto negativo sobre las condiciones de vida. Esto puede aumentar la susceptibilidad a infecciones, especialmente en ciertos climas o estaciones del año. Ejemplos de esto ocurren cuando hay una gran destrucción de viviendas e infraestructura de agua y saneamiento, o cuando hay un aumento súbito de la densidad de población en áreas urbanas o campamentos de personas desplazadas. En ambos casos, los servicios disponibles pueden ser insuficientes para prevenir brotes de enfermedades infecciosas. 

El hacinamiento aumenta el riesgo de enfermedades de transmisión respiratoria como la difteria, el sarampión, la meningitis, la tuberculosis o la infección por neumococo. Esta susceptibilidad también aumenta, en parte por los efectos del cambio climático, en periodos fríos o secos, si las condiciones de alojamiento y refugio de una población desplazada o afectada por una crisis compleja son pobres.

La posibilidad de transmisión de algunas enfermedades de transmisión feco-oral, como la poliomielitis y el cólera, también aumenta con el hacinamiento. Además, los problemas de acceso a agua, saneamiento e higiene predisponen a todo tipo de enfermedades diarreicas y de transmisión feco-oral, incluyendo las ya mencionadas y otras como las hepatitis A y E o la fiebre tifoidea. En estas patologías también impactan los efectos del cambio climático, en la época lluviosa o en crisis causadas por inundaciones.

En crisis humanitarias, cambian los patrones epidemiológicos

Los cambios en la carga de enfermedad son también frecuentes en estos contextos, y pueden tener serias consecuencias sobre la incidencia de ciertas infecciones. Por ejemplo, muchas crisis humanitarias resultan en un incremento de casos de desnutrición aguda y crónica. Esto a su vez aumenta la comorbilidad de enfermedades como la tosferina, el sarampión, la enfermedad neumocócica, la tuberculosis o la fiebre tifoidea. 

El aumento del riesgo de la violencia sexual y de género o de las infecciones de transmisión sexual como el VIH/SIDA también está relacionado con un aumento de la infección por papiloma y hepatitis B. También se vincula con la coinfección con tuberculosis y varicela.

La reemergencia de enfermedades infecciosas en emergencias puede tener un impacto global

No podemos olvidar que los contextos humanitarios no son estancos ni están aislados. La aparición de casos de ciertas enfermedades con potencial epidémico como sarampión y poliomielitis pueden causar epidemias que crucen fronteras. Cuando esto ocurre, pueden llegar a revertir los progresos de grandes esfuerzos globales para su eliminación y erradicación.

Brotes recientes de enfermedades infecciosas en contextos humanitarios

Existen muchos ejemplos recientes de infecciones que resurgen en contextos humanitarios. Entre otros, se encuentran los del cólera, la poliomielitis, la difteria, la fiebre amarilla, la meningitis meningocócica, o el sarampión.

Cólera en muchos países desde 2022

Tan solo en 2022 y 2023 hubo brotes de cólera en Bangladesh, Burundi, Camerún, República Democrática del Congo, Etiopía, Filipinas, Haití, Kenia, Líbano, Malawi, Mozambique, Nigeria, Paquistán, Somalia, Sudán del Sur, Sudán, Siria y Yemen. En este periodo hubo casos declarados en más de 40 países, mientras que en los cinco años anteriores solo hubo casos declarados en 20 países.

Esta reemergencia de cólera ha sobrepasado con mucho la capacidad de respuesta de los países y la comunidad internacional. La reserva global de vacuna oral contra el cólera, establecida en 5 millones de dosis (y completamente agotada durante meses), y la capacidad anual de fabricación mundial (menos de 50 millones de nuevas dosis, a plena potencia) han sido insuficientes para cubrir la enorme demanda de vacunas, que en dos años ha sido mayor que en toda la década anterior. 

Poliomielitis en Gaza en 2024

La poliomielitis es una enfermedad muy grave para la que no existe tratamiento, que puede causar daños al sistema nervioso, resultando en parálisis e incluso la muerte. A pesar de la reciente erradicación del tipo 2 en 2015 y del tipo 3 en 2019, y de que tan solo en Paquistán y Afganistán se siguen encontrando virus salvajes de poliomielitis tipo 1 (en África se erradicó en 2020), la enfermedad aún no ha sido completamente erradicada. 

Gaza, en 2024, llevaba 25 años libre de polio y tenía una cobertura de vacunación cercana al 95% en 2022. Sin embargo, la enfermedad reapareció como resultado de 10 meses de intensos bombardeos israelíes que causaron una enorme destrucción de la infraestructura de agua y saneamiento.

La difteria ha reaparecido en países africanos

La difteria es una infección respiratoria para la que existe una vacuna desde hace casi un siglo, que puede resultar letal hasta en un 30% de los casos entre personas no vacunadas sin tratamiento. Esta patología está resurgiendo en países como Níger, Mauritania, Guinea, Sudáfrica, y sobre todo Nigeria. Mientras que entre 2013 y 2022 tan solo se reportaron unos 29.000 casos en todo el continente africano de esta enfermedad, en tan solo Nigeria en 2023 se reportaron 18.000 casos sospechosos y cerca de 600 muertes. 

Un gran brote de fiebre amarilla sacudió Angola y la República Democrática del Congo en 2016

En 2016, Angola y la República Democrática del Congo sufrieron un brote urbano de fiebre amarilla sin precedentes en la región. Con un enorme riesgo de salud pública por su potencial transmisión a zonas de Asia, el brote requirió más de 28 millones de dosis de vacuna para su control. Esta cantidad, de hecho, superó ampliamente el stock de reserva mundial e incluso la capacidad de fabricación de nuevas dosis. 

Las circunstancias del brote obligaron al uso de dosis fraccionadas de vacuna, como única posibilidad viable. También propiciaron el desarrollo de una nueva estrategia para la eliminación de la fiebre amarilla 2017-2026. Esta estrategia ha incluido la fabricación de 1400 millones de nuevas dosis para aumentar los niveles de inmunidad poblacional en los 40 países de más riesgo (13 en América y 27 en África). Esto permite también minimizar el riesgo de que la enfermedad pueda alcanzar otros países de Asia.

La meningitis ha afectado recientemente, y con gran fuerza, Níger y Nigeria

La meningitis, una grave enfermedad infecciosa causada por diferentes virus, hongos y bacterias, sigue suponiendo una importante amenaza para la salud pública. Entre las diferentes bacterias que la pueden causar hay varias que se pueden prevenir con vacunas. Algunas de ellas existen existentes desde hace varios años y otras están en desarrollo.

En 2023 la OMS precalificó y empezó a recomendar el uso de una nueva vacuna producida en Nigeria contra las cinco cepas del meningococo, causante de la meningitis con mayor potencial epidémico. Esta vacuna ya se empleó en Nigeria para un brote de meningitis meningocócica con 1742 casos y 153 muertes. Tras esto, se ha podido emplear también en mayo de 2024 en Níger, donde el número de casos registrados reflejaba un enorme aumento desde el año anterior.

El sarampión ha aumentado su incidencia, a la vez que ha bajado su cobertura vacunal

El sarampión, una enfermedad vírica muy contagiosa, causaba más de 2,5 millones de muertes al año en los 80, antes de la vacunación generalizada. Se trata de una enfermedad cuya incidencia a menudo se utiliza como indicador de la desigualdad. El motivo es que afecta con especial fuerza a poblaciones desplazadas en zonas de alta densidad de población no bien vacunada. 

Su cobertura vacunal global (con una dosis) descendió del 86% en 2019 al 81% en 2021 como resultado de la pandemia de COVID-19. Al mismo tiempo, el número de casos de sarampión ha aumentado de 159.000 en 2020 a 664.000 en 2022.  

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