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Dilemas éticos y priorización de la ayuda

Dilemas éticos
Foto: Bruno Abarca

Las organizaciones humanitarias tienen que hacer frente continuamente a dilemas éticos de todo tipo, desde decisiones operativas a aspectos más estratégicos. Muchos de los dilemas que hay que enfrentar surgen de la aplicación de los principios humanitarios, cuando ninguna de las opciones entre las que se puede elegir está libre de posibles consecuencias negativas. Otros de los dilemas éticos más habituales son los relacionados con cómo distribuir de manera justa recursos escasos cuando no hay suficiente para todas las personas afectadas por una crisis humanitaria que los necesitan para su supervivencia.

Aplicar los principios humanitarios constituye un enorme reto

Aunque los principios humanitarios proporcionan una base para la toma de decisiones, esta base nunca es suficiente para abordar de manera directa la complejidad de los contextos donde se trabaja.

La aparente simplicidad (e incluso obviedad) del enunciado de los principios de humanidad, imparcialidad, neutralidad e independencia se esfuma en el momento en que se repiensan desde el mundo real (ningún plan de batalla sobrevive el primer contacto con el enemigo) y comienzan a entrar en conflicto entre sí o con otros valores y prioridades.

Los principios humanitarios pueden chocar entre sí

La humanidad (priorizar el alivio del sufrimiento humano) se puede ver cuestionada en varios dilemas clásicos que sirven de ejemplo: ¿Debemos asistir a personas en necesidad si eso supone arriesgar la seguridad del personal humanitario? ¿Es ético aceptar ofrecer asistencia humanitaria en campos de personas desplazadas en los que las autoridades obligan a la población a alojarse en contra de su voluntad y sus derechos? ¿Y debemos denunciar abusos cometidos por autoridades de los que somos testigos si con eso nos arriesgamos a que las mismas autoridades nos expulsen o limiten nuestro acceso humanitario a la población en necesidad?

Es más, la humanidad puede entrar en conflicto fácilmente con el resto de principios, como la neutralidad (no tomar partido en hostilidades ni controversias), si un grupo armado nos extorsiona pidiendo el pago de un «impuesto ilegal» a cambio de dejarnos ofrecer asistencia humanitaria a la población que vive en la zona que ellos controlan, con el principio de imparcialidad (no discriminar) si cedemos a las exigencias de una autoridad que nos permite intervenir en una zona pero nos prohíbe intervenir en otra donde la población es favorable a grupos opositores, o con el principio de independencia (autonomía de poderes) cuando nuestros programas son en gran parte definidos por los requisitos y prioridades que imponen donantes internacionales que, de forma indirecta (con apoyo económico o armamentístico), están involucrado en las hostilidades.

Abordar estos dilemas implica tomar decisiones difíciles

Cuando estos problemas morales se presentan, en cualquiera de sus muchas formas diferentes, estamos obligados a analizar aspectos tan complejos como el posible impacto de cada opción, qué valores, principios y derechos pueden verse comprometidos, y qué decisión parece más beneficiosa (o menos dañina) para las personas más vulnerables.

En cualquier caso, rara vez encontraremos un solución ideal. Una perfecta deliberación nos ayudará a tomar decisiones imperfectas y difíciles, pero también necesarias, a anticipar posibles consecuencias negativas y riesgos, y a identificar posibles medidas de mitigación. Este análisis debe continuar después de tomar y aplicar la solución, para monitorear su impacto y acompañarnos en la rendición de cuentas ante las personas a las que asistimos y las que nos dan los medios para hacerlo.

Trampas morales y silencio humanitario

La existencia de marcos o herramientas para ayudar en estas deliberaciones no debería hacernos pensar que enfrentar estos dilemas es fácil. Igualmente, es muy inocente pensar que las organizaciones humanitarias que toman decisiones imperfectas simplemente son moralmente irresponsables. 

Muchas veces estas organizaciones se ven obligadas a afrontar dilemas éticos en los que todas las opciones son malas como resultado de las trampas morales a las que son sometidas por autoridades y poderes que apenas les dejan margen de maniobra. En estos casos no se trata de un atracador que grita «¡El dinero o la vida!» sino una autoridad, un grupo armado o un poder económico que grita «¡Tu acción humanitaria (con mis condiciones) o sus vidas!» en un claro ejercicio de extorsión.

A menudo, y como resultado de todo lo anterior, hay organizaciones humanitarias que por razones éticas y de miedo a que una campaña de denuncia que no se cree que vaya a tener ningún efecto positivo bloquee el acceso humanitario a las personas más vulnerables, optan por mantener un aparente silencio ante abusos, injusticias y extorsiones que a muchos y muchas les resulta difícil de entender. Muchos de esos silencios son legítimos y poderosos, cuando bajo ellos se oculta una firme condena de la injusticia que no hay manera de visibilizar sin peligro y que se canaliza a través de acciones de incidencia política invisibles al público.

El dilema más habitual: ¿qué hacer cuando faltan recursos?

¿Cómo distribuir recursos insuficientes manteniendo la calidad y efectividad de la ayuda?

El dilema ético operacional más común en acción humanitaria está relacionado con una máxima de nuestras intervenciones: nunca hay suficientes recursos disponibles para atender todas las necesidades. La financiación disponible solo alcanza a cubrir una pequeña proporción de los planes de respuesta humanitaria basados en análisis coordinados de las necesidades y situaciones humanitarias, el personal cualificado siempre es escaso, y existen enormes limitaciones logísticas para conseguir que bienes y recursos esenciales estén disponibles en el volumen y el tiempo deseables.

Esto se traduce en muchos problemas morales prácticos que a menudo entran en conflicto con los principios de humanidad e imparcialidad: ¿Debemos dedicar nuestros escasos recursos a atender a más personas menos vulnerables o a menos personas muy vulnerables -y en ocasiones difíciles de acceder-? ¿Es correcto discriminar positivamente en función de las necesidades más grandes y más urgentes aunque esto agote antes nuestros recursos? ¿Cómo decidimos qué acciones realizar cuando no hay capacidad para implementar todas las necesarias?

Muchos dilemas habituales relacionados con la escasez de recursos también tienen que ver con los riesgos de que la reducción de costes en las intervenciones (para evitar reducir la cobertura) supongan una pérdida de calidad y efectividad: ¿Debemos sacrificar la calidad de nuestras acciones para así poder realizar acciones más simples y menos costosas que alcancen a más gente en necesidad de asistencia humanitaria? ¿Qué hacemos si no podemos importar medicamentos de centrales de compra humanitaria que reúnan todas las condiciones deseables de calidad y seguridad? ¿Qué nivel de formación y supervisión debemos garantizar para el personal sanitario o los/as agentes comunitarios/as de salud? ¿Dónde situamos el umbral de «lo prioritario» al seleccionar las vacunas que emplearemos en una campaña de inmunización masiva de emergencia?

Cuando hay pocos recursos, hay que ser más eficientes

Ha habido muchos avances en el sistema humanitario para optimizar el coste-efectividad de la acción internacional. 

Algunos de los avances más generales están relacionados con una mejor coordinación entre actores (y así evitar duplicaciones o solapamientos innecesarios), o con la mejora de los análisis de necesidades de las poblaciones (que nos permiten tener más precisión acerca de dónde hay más necesidad y de qué tipo). Otros consisten en aumentar la implicación y participación de la población en la toma de decisiones.

Por otra parte, también se ha avanzado en los aspectos técnicos. Esto incluye profesionalizar y sistematizar modelos de intervención (que nos permita escalar acciones con menos coste y esfuerzo y en menos tiempo) y diseñar paquetes mínimos de intervenciones esenciales. Un buen ejemplo de esto es el Paquete de Servicios Iniciales Básicos de Salud Sexual y Reproductiva en Situaciones de Crisis -MISP-, que ayuda a discernir qué es más importante en una fase aguda de emergencia, evitando dedicar recursos a acciones de salud reproductiva de menos impacto. Invertir en sólidos planes de aprendizaje y en la generación de evidencia científica también es clave para poder identificar mejor qué funciona y qué es necesario reajustar.

Priorizar es inevitable: lo ideal queda lejos de lo viable

No basta con ser más eficientes, sino que también es fundamental que las organizaciones humanitarias puedan realizar una adecuada priorización de áreas geográficas, poblaciones, sectores humanitarios y acciones específicas dentro de un sector. Esto no solo requiere rigor técnico, sino también un compromiso ético y político de las organizaciones por priorizar aquello que es más urgente y que la población afectada y los titulares locales de obligaciones tienen menos capacidad de afrontar, las necesidades más inmediatas y aquellas que pueden minimizar grandes riesgos en el futuro (como el clima y el medio ambiente), o áreas geográficas y técnicas en las que nuestra organización tiene una cierta ventaja comparativa para desarrollar intervenciones viables, sin que esto se vea sobrepasado por intereses geopolíticos o la mera proximidad sociocultural.

Esta priorización, además -para complicar un poco más las cosas- cuando se improvisa, suele salir mal. No es posible que una organización humanitaria internacional que está implementando programas de apoyo institucional a servicios de salud pueda reaccionar con rapidez a una emergencia súbita y cambie su modelo de intervención, si no había abordado la posibilidad de un eventual cambio de enfoque con las actores locales con los que colabora, o si no se había preparado para acceder a nuevas áreas geográficas con grandes obstáculos en cuanto a seguridad, cadenas de suministro o disponibilidad de personal, entre otras cosas.

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